
Si creemos
que somos nuestra nacionalidad, nos apegamos a nuestra identidad nacional y a
todo lo vinculado con ella. Como consecuencia, si alguien insulta a nuestra
nación, de inmediato sentimos irritación o incluso cólera. En la siguiente
ocasión en que vemos a esa persona, quizás experimentemos temor, tensión o
enemistad en su presencia porque recordamos lo que dijo y nos preocupa que
pueda repetirlo.
En cuanto
nos identificamos erróneamente con algo, nos transformamos en esclavos
emocionales de las personas y acontecimientos. Llegar al estado de conocimiento
en el que somos conscientes de nosotros como almas requiere, por lo tanto, que
nos desapeguemos y des-identifiquemos.
Desde un
punto de vista puramente espiritual, cuando nos aferramos en nuestra
conciencia a cualquier cosa es como si perdiéramos nuestra libertad
debido al objeto de ese apego. Si contempláramos a nuestro ser en
el instante del apego, veríamos que lo perdemos en el objeto de ese apego. Por
esa razón, el desapego y el distanciamiento son esenciales si queremos ser
libres para amar y cuidar de los demás, y ser capaces de discernir y decidir
qué forma debería asumir ese amor.
Cuando nos
apegamos a un objeto o a una persona, es la acción mental interna de esa
actitud la que se transforma en la semilla del temor a la pérdida, al
daño o al cambio; es este temor el que luego conduce a otras emociones y
actitudes que consumen la vida tales como la ira, la envidia, los celos, el
orgullo, etc. y cuando cualquiera de estas emociones está presente, no es
posible sentir amor por los otros o tener una naturaleza humanitaria.
El estado
natural del alma es de amor, desapego y libertad internos. Estas cualidades
merecen ser exploradas en la meditación, para saborear todo el bienestar y
armonía que alcanzamos cuando vivimos las tres de forma equilibrada.
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