La
afirmación de que nuestra verdadera identidad es un alma eterna e imperecedera
es fácil de comprender en la esfera de lo intelectual. Sin embargo, la realidad
es que a muy pocos les resulta fácil experimentarse como almas, ya que
durante mucho tiempo nuestro hábito más profundo ha sido el de identificarnos
con todo lo que no somos, comenzando por nuestro propio cuerpo, y con cualquier
cosa que hagamos o a la que nos apegamos.
Si creemos
que somos nuestra nacionalidad, nos apegamos a nuestra identidad nacional y a
todo lo vinculado con ella. Como consecuencia, si alguien insulta a nuestra
nación, de inmediato sentimos irritación o incluso cólera. En la siguiente
ocasión en que vemos a esa persona, quizás experimentemos temor, tensión o
enemistad en su presencia porque recordamos lo que dijo y nos preocupa que
pueda repetirlo.
En cuanto
nos identificamos erróneamente con algo, nos transformamos en esclavos
emocionales de las personas y acontecimientos. Llegar al estado de conocimiento
en el que somos conscientes de nosotros como almas requiere, por lo tanto, que
nos desapeguemos y des-identifiquemos.
Desde un
punto de vista puramente espiritual, cuando nos aferramos en nuestra
conciencia a cualquier cosa es como si perdiéramos nuestra libertad
debido al objeto de ese apego. Si contempláramos a nuestro ser en
el instante del apego, veríamos que lo perdemos en el objeto de ese apego. Por
esa razón, el desapego y el distanciamiento son esenciales si queremos ser
libres para amar y cuidar de los demás, y ser capaces de discernir y decidir
qué forma debería asumir ese amor.
Cuando nos
apegamos a un objeto o a una persona, es la acción mental interna de esa
actitud la que se transforma en la semilla del temor a la pérdida, al
daño o al cambio; es este temor el que luego conduce a otras emociones y
actitudes que consumen la vida tales como la ira, la envidia, los celos, el
orgullo, etc. y cuando cualquiera de estas emociones está presente, no es
posible sentir amor por los otros o tener una naturaleza humanitaria.
El estado
natural del alma es de amor, desapego y libertad internos. Estas cualidades
merecen ser exploradas en la meditación, para saborear todo el bienestar y
armonía que alcanzamos cuando vivimos las tres de forma equilibrada.
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