Precisión, constancia y disciplina
La precisión no se refiere a hacer las cosas de un modo perfecto o según una norma. Desde el punto de vista espiritual, ser preciso es ante todo ser consciente de la actitud apropiada para crear armonía en las propias relaciones. Si inspiro entusiasmo, fe y confianza en los que me rodean, sean éstos colegas, amigos o familiares, también crece mi propia estima y mi habilidad para hacer que las cosas marchen bien.
Para tener la firmeza de una roca para los demás, necesito pisar suelo firme. Debo saber quién soy y qué tengo para dar a los demás. Esta clase de constancia sólo se logra si tengo la disciplina de recargar mis baterías espirituales día a día. Las primeras horas de la mañana son las más apropiadas para recibir paz y amor de Dios mediante la meditación. Puedo entonces encarar mi jornada con un bagaje de sabiduría y amor, y con la certeza de que siempre estaré preparado para asistir a los demás en sus momentos de necesidad.
Si aprendo a gozar del momento presente y dar lo mejor de mí mismo en cualquier situación, evito llegar a sentirme hastiado de la vida. Cuando mi energía empieza a agotarse, basta con recordarme que debo gozar de cualquier cosa que haga y verter amor en todas mis tareas, para sentirme otra vez pleno de energía.
No hay mayor disciplina que vivir con obediencia a los valores que me son más preciados. Tal vez tenga que sacrificar algo para lograrlo, quizá reconocimiento, dinero o posición social. Pero la recompensa es enorme: respeto por mí mismo, confianza en mí mismo y la capacidad de afrontar las adversidades con coraje y optimismo.
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