La humildad es un signo de grandeza. Cuanto más
humilde es un alma, automáticamente se hará grande en los corazones de todos.
Sin hacernos humildes no podemos convertirnos en donadores de felicidad para
todos.
La humildad es el antídoto para el ego. Las semillas de la humildad automáticamente nos permiten obtener el fruto de la grandeza. La humildad, de forma fácil, nos hace cercanos al corazón de todos. La humildad se expresa a través de la actitud, de la visión, de las palabras y se manifiesta especialmente en las relaciones con los demás.
Si hay ego en la actitud, surgen palabras erróneas y la visión es de arrogancia. El ego nos aleja del corazón de todos, crea separación y muros entre las personas.
La humildad es un signo de fortaleza y poder espiritual. Sólo un alma poderosa puede realmente ser humilde. El estado espiritual preciso es de equilibrio entre el auto-respeto y la humildad. Humildad no tiene nada que ver, como piensan algunos, en sentirse menos que los demás. El alma que tiene verdadera humildad, es consciente de la grandeza de su ser y de sus cualidades, pero al mismo tiempo reconoce y valora la grandeza y las cualidades de los demás. No necesita demostrar nada, sabe que su ser verdadero se revela de forma automática a través de su actitud, palabras y acciones.
La humildad es la base de la renovación, el cambio y la transformación. Cuando somos humildes, nos es fácil reconocer y aceptar lo que tenemos que cambiar.
Nos permite aceptar con actitud positiva la crítica y la corrección.
Con humildad podemos avanzar rápido en el proceso de nuestra transformación espiritual.
La humildad es el antídoto para el ego. Las semillas de la humildad automáticamente nos permiten obtener el fruto de la grandeza. La humildad, de forma fácil, nos hace cercanos al corazón de todos. La humildad se expresa a través de la actitud, de la visión, de las palabras y se manifiesta especialmente en las relaciones con los demás.
Si hay ego en la actitud, surgen palabras erróneas y la visión es de arrogancia. El ego nos aleja del corazón de todos, crea separación y muros entre las personas.
La humildad es un signo de fortaleza y poder espiritual. Sólo un alma poderosa puede realmente ser humilde. El estado espiritual preciso es de equilibrio entre el auto-respeto y la humildad. Humildad no tiene nada que ver, como piensan algunos, en sentirse menos que los demás. El alma que tiene verdadera humildad, es consciente de la grandeza de su ser y de sus cualidades, pero al mismo tiempo reconoce y valora la grandeza y las cualidades de los demás. No necesita demostrar nada, sabe que su ser verdadero se revela de forma automática a través de su actitud, palabras y acciones.
La humildad es la base de la renovación, el cambio y la transformación. Cuando somos humildes, nos es fácil reconocer y aceptar lo que tenemos que cambiar.
Nos permite aceptar con actitud positiva la crítica y la corrección.
Con humildad podemos avanzar rápido en el proceso de nuestra transformación espiritual.
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