domingo, 2 de diciembre de 2012

La profunda filosofía del Karma

 
Cada acción que realizamos, cada palabra que pronunciamos, todo lo que generamos en nuestra conciencia, incluso cada pensamiento que creamos, son como semillas que plantamos y que producirán fruto, tarde o temprano.
 
Cuanto más experimentamos con este principio y más observamos su funcionamiento, más secretos sutiles descubrimos.
 
Por ejemplo, cuando alguien critica a otros o esparce sus errores en conversaciones, generalmente piensa que lo que está diciendo es sensato y correcto. Sin embargo, de acuerdo a la poderosa ley del Karma, si hoy difamo a alguien, otra persona me difamará a mí mañana. La energía negativa de la crítica y la difamación se esparce a gran velocidad, al igual que los gérmenes de una enfermedad. Y finalmente, al igual que el eco, esa energía retorna a quien la ha generado.
 
Una cosa es hablar del error que alguien ha cometido con la intención de ayudarle, con buenos deseos, en el momento adecuado y con las personas adecuadas. La intención es clave. Si la intención es benevolente, los sentimientos y las palabras serán precisos.
 
El arte de permanecer en un estado de bienestar espiritual constante es incompatible, con frecuencia, con hacer lo que a uno le apetece. Hacer lo que apetece sólo genera bienestar temporal, pero no podemos evitar la influencia sutil del retorno de lo que hacemos. En cambio, cuando cuidamos la intención y los sentimientos detrás de todo lo que hacemos, nos aseguraremos de que nuestras palabras y acciones sean precisas, y se basen en buenos deseos y sentimientos de beneficio hacia los demás. De lo contrario, estos errores sutiles son un obstáculo en que consigamos un estado elevado y positivo de conciencia.
 
Ser cuidadosos y atentos con la ley del Karma es el método para convertirnos en la personificación de la satisfacción.

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