Las raíces son los cimientos ocultos, lo que sostiene. Todo cimiento está oculto pero, aunque no se ve, sostiene toda la estructura. Ya sea nuevo o viejo, feo o hermoso, un edificio requiere cimientos sólidos para permanecer en pie.
También un ser humano posee cimientos invisibles. La estructura visible de la vida humana ¬ el cuerpo, las palabras y las acciones ¬ posee en sus raíces una energía sutil. El proceso llamado “muerte” ocurre cuando esta energía sutil abandona al ser humano. Hay una boca, pero no hay palabras; hay ojos, pero no ven; hay cuerpo, pero sin movimiento. La estructura permanece, pero el cimiento se ha ido. El cimiento de la vida humana no es material.
Mientras no examinemos las raíces de nuestra existencia humana no podremos empezar a comprendernos y cambiar. La psicología ha intentado llegar a estas raíces y nos ha ayudado a comprender el mundo interno de nuestros procesos conscientes y subconscientes. Sin embargo, para conocernos verdaderamente debemos regresar a la semilla.
Para los seres humanos, la semilla son los pensamientos. Los pensamientos brotan del alma, un foco de energía no material, eterna en forma e identidad. El alma no está sujeta a cambios como lo está el cuerpo. El alma, que no pertenece al mundo material, es la base de la conciencia; este receptáculo viviente, no físico, contiene nuestra personalidad, nuestros pensamientos, nuestros deseos y nuestras emociones.
Así como la semilla de un árbol guarda en su interior su imagen, hasta que las condiciones apropiadas le permiten manifestarla, el alma contiene en su interior la imagen de la personalidad individual, que se manifiesta a través de la acción.
En un sendero espiritual intentamos alcanzar lo que hay de eterno en la personalidad humana. Fuera de la negatividad que hemos acumulado en el interior, nuestra naturaleza básica es pura.
El alma - es decir, el verdadero ser - originalmente está libre de negatividad. El sendero espiritual nos lleva a experimentar esta bondad original. Cuando se experimenta esta preciosa energía, la conciencia resurge con ímpetu. Esta irrupción de la conciencia se conoce en la historia como «iluminación». La iluminación es el salto hacia una nueva percepción que nos da confianza y esperanza. La vida es entonces más real y, en consecuencia, más plena de felicidad. Nos vemos renovados.
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