lunes, 19 de diciembre de 2011

La verdadera satisfacción

La satisfacción verdadera viene sólo cuando finalmente decido vivir en coherencia con mis principios y valores, con mi esencia. Ser lo que sé que soy, amar a los demás como son, estar atento a las necesidades del ahora.

La satisfacción significa que ya no me atasco más con pensamientos acerca de los demás. Permanezco más allá del miedo, de los deseos y las pretensiones, disfruto de la verdadera alegría.
Olvidarme de mi singularidad, de mi naturaleza única, crea falta de propósito y significado. Estar apegado a mi singularidad crea arrogancia que cancela la benevolencia. El universo reconoce mi contribución única a la vida. Yo también debería hacerlo.
Si les pido a los demás que me muestren amor y respeto, lo que he de hacer es hacerme digno de recibir amor y respeto. Si espero que los demás sean virtuosos y comprensivos, lo que he de hacer es convertirme en lo que quiero que sean los demás. Si tengo la expectativa de que los demás me den lo mejor de sí, lo que he de hacer es aceptar lo que sea que me den y empezar a partir de ahí. Si me agarro a los demás convencido de que ellos son la fuente de mi felicidad, lo que he de hacer es soltar estos apoyos adictivos. Ser libre.

He de aprender a:
Convertirme
Cambiar
Aceptar
Soltar

Entonces experimento el amor.
Cuando la mente está calmada, silenciosa, desapegada, entonces los pensamientos se convierten en hilos que se entrelazan con Dios. Estar combinado con Dios nos crea una conciencia más allá de la materia, del tiempo, incluso de los pensamientos. Ahí experimentamos la dicha y la satisfacción ilimitadas.

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