Liberarse de los deseos
Los deseos, como el dragón con múltiples cabezas, nutren la infelicidad.
Su meta es llenarnos pero en realidad nos mantienen vacíos, en la medida que nunca conseguimos satisfacerlos todos. Ésta es una paradoja que a veces no se comprende con facilidad, hasta que descubrimos que los deseos funcionan a través de los hábitos. El hábito basado en los deseos es como un enorme y viejo dragón que no nos permite darnos cuenta de lo que sucede en realidad, no admite reconocer que se trata de una debilidad, no percibe el ser verdadero.
El deseo de reconocimiento hace que nuestros esfuerzos sean deshonestos y la calidad de la tarea se poluciona. Inevitablemente se pierde la integridad de nuestro ser. “Yo quiero”, “yo necesito” o “tienes que darme” son dragones hambrientos con un estómago sin fondo. Con lo que sea con que los alimente su apetito sigue incrementando. Sentirnos verdaderamente contentos y satisfechos es algo que sólo conseguimos cuando disolvemos los deseos que siempre quieren algo de alguien. Estar contentos nos permite vivir conscientes del significado de cada escena, de cada encuentro con los demás, de cada respiro del tiempo.
A veces, el deseo de la mente es alejarse de la situación en la que nos encontramos, de las personas que nos causan obstáculos o dificultades.
La opción más elevada, basada en la espiritualidad, es no dejar que los retos o la negatividad nos tienten a alejarnos de situaciones o personas. Aprendamos a crecer a través de ellas. Cuando sembramos las semillas de los pensamientos determinados, crecemos al aceptar la necesidad de cambiar nuestro posicionamiento mental. Este cambio de posicionamiento cambia nuestro patrón de crecimiento. Crecemos en nuestra verdad original y en nuestra autenticidad. Entonces nuestro ejemplo fluye en los corazones y en las mentes de los demás. Nuestro propio ejemplo les genera esperanza e inspiración, y les hace brillar pensando “nosotros también nos podemos hacer así”.
Su meta es llenarnos pero en realidad nos mantienen vacíos, en la medida que nunca conseguimos satisfacerlos todos. Ésta es una paradoja que a veces no se comprende con facilidad, hasta que descubrimos que los deseos funcionan a través de los hábitos. El hábito basado en los deseos es como un enorme y viejo dragón que no nos permite darnos cuenta de lo que sucede en realidad, no admite reconocer que se trata de una debilidad, no percibe el ser verdadero.
El deseo de reconocimiento hace que nuestros esfuerzos sean deshonestos y la calidad de la tarea se poluciona. Inevitablemente se pierde la integridad de nuestro ser. “Yo quiero”, “yo necesito” o “tienes que darme” son dragones hambrientos con un estómago sin fondo. Con lo que sea con que los alimente su apetito sigue incrementando. Sentirnos verdaderamente contentos y satisfechos es algo que sólo conseguimos cuando disolvemos los deseos que siempre quieren algo de alguien. Estar contentos nos permite vivir conscientes del significado de cada escena, de cada encuentro con los demás, de cada respiro del tiempo.
A veces, el deseo de la mente es alejarse de la situación en la que nos encontramos, de las personas que nos causan obstáculos o dificultades.
La opción más elevada, basada en la espiritualidad, es no dejar que los retos o la negatividad nos tienten a alejarnos de situaciones o personas. Aprendamos a crecer a través de ellas. Cuando sembramos las semillas de los pensamientos determinados, crecemos al aceptar la necesidad de cambiar nuestro posicionamiento mental. Este cambio de posicionamiento cambia nuestro patrón de crecimiento. Crecemos en nuestra verdad original y en nuestra autenticidad. Entonces nuestro ejemplo fluye en los corazones y en las mentes de los demás. Nuestro propio ejemplo les genera esperanza e inspiración, y les hace brillar pensando “nosotros también nos podemos hacer así”.